[Fuente: http://www.artehistoria.jcyl.es]
En 1990 la crítica americana Lucy Lippard, con una larga bibliografía en
el tratamiento de problemas relacionados con el "arte político",
publicaba el libro "Mixed Blessing. New Art in Multicultural
America". Dicho libro era el producto de siete años de trabajo, aunque
sería más preciso hablar de siete años de debate a juzgar por el fascinante
prólogo donde la autora narraba, al estilo de la nueva antropología, todas y
cada una de las dudas que le había ido planteando el tema durante esos siete
años de confrontación consigo misma, con su forma de mirar, de nombrar...
Lippard escribía sobre un asunto ya entonces establecido como multiculturalism
y a lo largo de las páginas del libro ponía en evidencia algunas de las
limitaciones y de las falsas soluciones con las que el/la historiador/a debe
enfrentarse al hablar de un asunto tan escabroso y lleno de trampas. La
multiculturalidad era enfocada desde la óptica americana, de todas las Américas
explicitaba la autora, si bien una muy buena parte de los artistas discutidos desarrollaban
su trabajo en los Estados Unidos. Y no debería en absoluto sorprender si se
tiene en cuenta la misma génesis del fenómeno que desde mediados de los 70 se había
empezado a desarrollar en el mundo anglosajón y dentro de esa categoría que
podríamos llamar "arte político", usando una terminología contaminada
y deteriorada.De este modo, junto a las primeras muestras de arte feminista, por citar uno de los planteamientos de más amplia influencia en
décadas posteriores, algunos artistas se aventuraban a tratar temas que tenían
como punto de mira países o problemas fuera de la cultura occidental,
utilizando el arte como una poderosa arma arrojadiza. Las alusiones al
Apartheid en la obra Oh, Miss South Africa `75 de Tom Phillips o los murales en
Los Angeles de Mario Torero -fundador del Movimiento Cultural Chicano de San
Diego-, We Are Not Minority (No somos minoría) de 1978, podrían ser dos entre
tantos ejemplos. En esos 70 este tipo de arte tenía una significación y una
acogida muy diferentes a las actuales. De hecho, la mencionada obra de Torero,
que mostraba orgullosa la cara de Che Guevara, fue borrada y destruida en numerosas ocasiones y reconstruida,
naturalmente, con obstinación combativa.El debate estaba servido: las minorías
se negaban a ser minorías y en un país como Estados Unidos, de tan intensa
variedad cultural y racial, artistas de las más diversas procedencias
geográficas decidían hacer un arte que contara su propia historia, que hablara
de sus propios problemas. Lo más peculiar de esos artistas es que a menudo se
veían abocados a hablar de una historia que ya no era con frecuencia su propia
historia, sino la historia de sus antepasados, la historia silenciada, negada,
desviada y a menudo misteriosa o mediatizada también para ellos. Estos
representantes de la más pura cultura mestizada, nacidos en su mayoría en los
Estados Unidos y con frecuencia hijos o nietos de americanos, debían recuperar
unas maneras de representación, unos iconos que a veces no formaban parte
directa de sus vivencias recientes. Recuperar el pasado de los ancestros como
acto de autoafirmación: pero ¿cómo recuperar ese pasado sin borrar el presente,
su presente? Ellos ya no eran japoneses, ni chinos, ni africanos, ni
mexicanos... Eran un producto distinto en el cual los altares a Dolores del Río
convivían con las latas de Coca-Cola y Mickey Mouse con vestigios de antiguas
imágenes del Kabuki, como muestra la obra de Roger Shimoura Sin título, de
1985. Esa era la esencia que querían defender, la única válida para defender,
pues como decía Gina Valdés en el poema "¿De dónde eres?": "Soy
de aquí/ y soy de allá/from here/ and from there/ born in L.A./ del otro lado /
y de éste".Asentado sobre la noción misma de una cultura de impurezas, de
aquí y de allá, buscadamente otra, políticamente otra, se construía el concepto
de lo multicultural, un modo de definir una situación específica en un momento
específico y que más tarde se extendería hacia ámbitos diferentes, fuera de las
Américas, para denominar la convivencia de formas de arte mestizadas y,
obviamente, polucionadas. Se aceptaba ese nombre después de descartar otros
que, pareciendo los mismos, eran distintos. No se podía hablar del
"artistas del Tercer Mundo", puesto que, como ha notado la cineasta
vietnamita-americana Trinh T. Mihn-ha, siempre hay un tercer mundo en todo
primero y viceversa. No se podía usar la palabra "arte de minorías",
ya que muchos de los grupos así llamados son minoría sólo en ciertas áreas
geográficas y, además, todos sabemos lo ambivalente implícito en la palabra. El
término "arte étnico" tenía también implicaciones ambiguas que
acababan por ser un vehículo de exclusión. De hecho, nunca llamamos "arte
étnico" a Miguel Angel, aunque podríamos hacerlo puesto que lo "étnico" define la
idea de un grupo unido desde sus orígenes por costumbres religiosas o
culturales. Se adoptaba, así, consensuadamente el nombre
"multiculturalidad" -interculturalidad, transculturalidad- a pesar de
que ya a mediados de los 80 se había
institucionalizado en el mundo académico y era parte de una retórica no
activista.Así, dentro de la categoría multiculturalidad se englobaban todas la
minorías y, más importante aún, las minorías dentro de las minorías: mujeres de
color, como Adrian Piper, una artista que siendo negra tiene aspecto de blanca
y quien en sus puestas en escena explora el malestar que este hecho causa entre
la gente que va encontrando. Piper ha diseñado una serie de tarjetas que
reparte, por ejemplo, entre aquéllos que, al no detectar que se trata de una
persona de color, hacen algún comentario racista. Las tarjetas de visita,
diseñadas al modo de tarjetas de empresa, llaman la atención sobre la poca
delicadeza del interlocutor y sobre cómo las apariencias pueden llevar a
situaciones tan embarazosas como la que están viviendo en ese momentoEn todo
caso, la multiculturalidad, igual que el feminismo, ha sido asumida y desactivada
por el sistema que usa los términos no sólo como conceptos retóricos, sino como
si "ismos" relacionados con manifestaciones del gusto. Un debate
esencialmente político se ha convertido en un debate a la moda, aunque,
seguramente, este tipo de consideraciones tampoco son nuevas ni exclusivas de
la sociedad actual. La fascinación de Picasso por las
máscaras del Trocadero, la colección de Breton de artefactos de Oceanía o la
pasión que la Divina Baker despertaba en Le Corbusier son
testimonios de las peculiares relaciones que Occidente ha mantenido siempre con
eso que antes se llamaba "exótico" o "primitivo".Se trata,
también aquí, de la mirada de un experto, como la de Dubuffet, que incluso con las mejores intenciones se apropia de las
manifestaciones del otro y al apropiarse, las desactiva, las jerarquiza. Las
dudas que planteaba la colección de Art Brut se agudizan en estos casos porque
la sociedad establecida no tiene siquiera las buenas intenciones del artista en los 40. El arte de las minorías se ha convertido en el momento actual en un
maravilloso territorio para la moda; en algo que resulta imprescindible mostrar
y visitar si se quiere ser "políticamente correcto".
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